Blogs, fanzines y proyectos independientes frente a una industria que no se transforma
Todo cambió con la llegada de los servicios P2P (peer-to-peer) y la blogosfera.
De pronto, el acceso a la música se volvió generalizado. Se acabaron los estrenos exclusivos. Ya no hacía falta esperar la publicación de una revista para escuchar una novedad: bastaba con tener conexión. Y mientras la vieja guardia se quejaba amargamente por la pérdida del acceso privilegiado a la información, nuevas voces comenzaron a narrar la música desde otros ángulos, con otras urgencias. Ahora convivimos con la generación que se formó con impresos, la que surgió durante el primer boom de Internet y la de la blogosfera; todas critican con fuerza a quienes desarrollan contenido en redes sociales, olvidando que, al igual que la música, los formatos para comunicarnos también han cambiado.
I. DE LO AMATEUR A LO PRO: UNA HISTORIA DE PASIONES Y FORMATOS
Antes de que la industria musical se consolidara como tal, los relatos sobre música comenzaron con fans. El periodismo musical, tal como lo entendemos hoy, es heredero directo de los fanzines creados por lectores y oyentes entusiastas. Estos espacios fueron escuela para quienes hoy escriben desde otros lugares, incluyendo revistas independientes, sitios web, newsletters o plataformas de streaming. Lo que alguna vez fue una pasión individual, se volvió oficio.
Aunque solemos identificar la década de los 2000 como el boom de la blogosfera y el surgimiento de múltiples estaciones independientes —libres del control y los requisitos de concesión de las frecuencias AM y FM—, los antecedentes de esta transformación tecnológica comenzaron mucho antes. En 1984 apareció el primer blog, y en 1993 se lanzó la primera estación de radio online, marcando un cambio radical en la manera en que se producía y distribuía contenido.
Lo que antes requería inversión en impresión, distribución y un equipo editorial, comenzó a ser posible desde una sola computadora y el uso de espacios libres que solo requerían cierto conocimiento técnico. Con el auge de internet, el hazlo tú misma (DIY) encontró nuevas rutas y amplificó su alcance, abriendo paso a una nueva era de creación independiente.
II. MÚSICA Y MEDIOS: LÍNEA DE TIEMPO DE UNA RELACIÓN DINÁMICA
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Décadas de 1960-70: nacen los primeros medios especializados, a partir de la influencia de los fanzines.
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Década de 1980: coexistencia entre revistas profesionales y fanzines; se publican los primeros blogs.
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Década de 1990: la cobertura musical en medios tradicionales se vuelve masiva, pero con fuerte sesgo comercial.
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Década de 2000: explosión de blogs, fotologs y foros; se multiplican los espacios personales de crítica.
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Década de 2010: auge de redes sociales, canales de YouTube, playlists comentadas, y resurgimiento del fanzine impreso como herramienta crítica.
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Hoy: vivimos en la hiperabundancia de música y contenido, pero los modelos de negocio y reconocimiento profesional siguen estancados.
III. ENTRAMOS A UNA INDUSTRIA QUE NO CAMBIA
A pesar de la diversidad de voces que hoy participan en la conversación musical, la industria —sus festivales, medios comerciales, alianzas de distribución o premios— no ha modificado su estructura ni sus reglas. Las personas que hacemos periodismo desde la autogestión seguimos entrando por montones a espacios que no se ampliaron, ni en presupuesto ni en modelos.
La lógica vertical de los grandes medios todavía predomina. El reconocimiento se reserva para figuras que caben en formatos tradicionales. Así como muchos músicas continúan siendo nombradas “emergentes” incluso después de una década de carrera, quienes desarrollamos proyectos de cobertura, documentación o archivo seguimos siendo vistas como "amateurs", “de nicho” o personas que juegan a hacer periodismo, sin que eso impida sostener una ética clara y una visión crítica respaldada por muchos años de experiencia.
IV. DEL CONSUMO A LA PARTICIPACIÓN: LA DOBLE VÍA DE INTERNET
La primera cosa que necesitamos comprender es que los blogs y los canales digitales tienen una doble vía que muchas empresas aún no saben aprovechar. Si de un lado de la pantalla estás produciendo contenidos, del otro están lectores que reaccionan, opinan, se involucran… y muchas veces también generan sus propios contenidos. Esta conversación no es pasiva ni unilateral. Las marcas, los festivales, las plataformas de streaming deberían atender más a ese diálogo constante.
Hoy somos prosumers: creadoras y consumidoras a la vez. Las playlists que armamos, los boletines que escribimos, los eventos que curamos, los fanzines que imprimimos o digitalizamos, todos son parte del paisaje cultural. Pero a diferencia de los medios tradicionales, no respondemos a calendarios publicitarios ni a líneas editoriales ajenas. Desde la autogestión, narramos lo que no está siendo narrado.
V. AUTOGESTIÓN COMO ÉTICA Y NECESIDAD
Sostener un proyecto independiente implica trabajo constante sin la certeza de que habrá retorno económico. Sin embargo, muchas de nosotras lo seguimos haciendo porque creemos en su valor cultural, porque entendemos que contar nuestras historias también es resistir. En este terreno se cruzan la pasión, la crítica, la memoria y el deseo de documentar lo que otros medios no miran. Porque la palabra también mueve, juntas fortalecemos la escena. Esto no es solo un ciclo: es una red, un impulso, una resistencia sonora.
Nuestros proyectos —así como las propuestas musicales a las que acompañamos— también viven en una categoría que no se profesionaliza desde afuera, pero sí desde adentro. Tenemos estrategias, desarrollamos redes, hacemos investigación, editamos con rigor, discutimos perspectivas. La profesionalización no siempre pasa por el reconocimiento institucional, sino por la práctica constante y la construcción colectiva.
VI. ESCRIBIR DESDE LOS MÁRGENES: SONORIDAD COMO ARCHIVO VIVO
En Sonoridad no sigo planes de medios ni boletines de prensa. No hay algoritmos que definan la pauta editorial. Lo que guía la escritura es la curiosidad, la necesidad de registrar lo que sucede fuera del radar, la urgencia de documentar procesos que importan, aunque no tengan cabida en los medios convencionales.
Escribir desde los márgenes no es solo una decisión editorial: es una posición política y ética. No se trata de cubrir lo que está en tendencia, sino de observar lo que está creciendo desde la raíz. Narrar lo que pasa en los márgenes es también una forma de sostener la memoria y de visibilizar a quienes no figuran en la programación de los festivales, ni en las listas editoriales de las plataformas de streaming. Es mirar con atención, escuchar con cuidado, escribir con afecto y rigor.
El Mapa de Músicas Mexicanas es una herramienta de ese archivo vivo. No es una lista definitiva ni un inventario cerrado, sino un ejercicio de escucha atenta que se pregunta cómo suenan los territorios, qué historias resuenan detrás de las canciones, y quiénes las están contando. Es una forma de reconocer la diversidad de voces, estilos, escenas, lenguajes y procesos que conviven en el país, sin exigirles que encajen en los moldes de la industria.
Aquí no se buscan acreditaciones en festivales masivos, porque se ocupa el espacio a raz de calle, se graba al acto que improvisa un escenario a la entrada de un negocio y se busca la entrevista sin sortear filtros de la industria. En cada entrada del mapa, en cada nota de Sonoridad, hay un deseo de sostener otras formas de habitar la música. Porque no se trata solo de visibilidad, sino de memoria. De dejar rastro. De entender que si no lo escribimos nosotras, probablemente nadie más lo hará.
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