Invisibilización: esa es la palabra que se repite al realizar estudios estadísticos, incluso cuando el propósito es visibilizar una escena. Muchas personas han notado mi sesgo, y no es arbitrario: surge de la experiencia de haber habitado espacios mixtos donde, muchas veces, fui la única presente. Porque no, el espacio no se vuelve más equitativo con nuestra presencia; más bien, una termina adaptándose para poder estar, y a medida que se hacen más evidentes las diferencias, se vuelve más difícil permanecer.
Esa es, también, la razón por la que este tema no se ha abordado ampliamente en SonoridadMX: para no afectar cómo se perciben desde dentro. Sin embargo, la insistencia en modificar los estudios que realizo —para responder a necesidades externas o poco informadas— ha sido constante a lo largo de los años. Cada tantos meses, aparece un nuevo grupo de personas, usualmente vinculadas a festivales o proyectos mixtos, que lanza críticas, a pesar de que la metodología se comparte de forma abierta con cada estudio.
Este texto, entonces, ha ido tomando forma con el tiempo, alimentado por esa insistencia. Inició en una reunión sobre políticas públicas, donde un hombre hablaba sobre la invisibilización que veía en el estudio que realizo, mientras dominaba la conversación e impedía que sus dos compañeras se expresaran. Derivó en una publicación en redes sociales.
OCUPACIÓN DE ESPACIOS
El espacio mixto no garantiza la ausencia de dinámicas de poder y violencia, comparto una reflexión basada en los últimos cinco años de trabajo en Sonoridadmx. En este texto, abordaré las razones por las cuales no se incluyen los grupos mixtos como indicador en el Estudio de Brecha de Género en Festivales Mexicanos y los riesgos de contabilizarlos. Incluirlos implicaría normalizar prácticas bajo la idea errónea de que la simple presencia de una mujer en un proyecto lo hace equitativo, dejando fuera un análisis más profundo que, en realidad, deberían realizar los grupos mixtos con una mayoría masculina: ¿cómo es el espacio que crean para las mujeres dentro de la banda? ¿Se transforma realmente?
La falsa sensación de inclusión
Uno de los principales problemas en los grupos mixtos mayoritariamente masculinos es la percepción de que la inclusión de una mujer es suficiente para hablar de equidad o es suficiente para modificar un estudio para hacerles visibles. Sin embargo, su participación muchas veces se da en condiciones desiguales: sin toma de decisiones, relegada a roles específicos o enfrentando un ambiente donde su voz no tiene el mismo peso. Desde mi perspectiva, la exigencia es una manera nada sútil de seguir ocupando espacios a costa de nuestra presencia.
Dinámicas excluyentes dentro de los grupos mixtos
A lo largo de estos años, he observado patrones recurrentes de exclusión simbólica, estructural y económica dentro de estas agrupaciones. Algunos de los más comunes son:
- Lenguaje y narrativa excluyente
Cuando las letras de las canciones perpetúan estereotipos de género, cosifican a las mujeres o simplemente no incluyen sus experiencias, se refuerza la idea de que la identidad del grupo es predominantemente masculina. Esto no solo afecta la participación de la única mujer en la banda, sino que también envía un mensaje de exclusión al público.
- Limitaciones en la participación creativa
Muchas mujeres en grupos mixtos se encuentran con barreras para aportar desde su perspectiva. Sus ideas pueden ser minimizadas o ignoradas, y en muchas ocasiones deben adaptarse a una estética o discurso previamente definidos por sus compañeros, lo que impide su desarrollo artístico pleno.
- Exclusión simbólica y tokenismo
Ser la única mujer en un grupo masculino puede convertir a la integrante en un “símbolo de diversidad” sin que esto se traduzca en un verdadero cambio en las dinámicas internas. La falta de más mujeres en la banda suele ser justificada con argumentos como “no hay suficientes mujeres interesadas” o “ella encaja mejor en nuestro sonido”, sin cuestionar por qué no se generan condiciones para que más mujeres se integren y participen.
- Espacios inseguros y dinámicas de poder
Los grupos musicales, al igual que otros espacios creativos, no están exentos de relaciones de poder que pueden derivar en violencia simbólica, emocional o incluso física. La convivencia en giras, ensayos y tomas de decisión puede convertirse en un entorno hostil cuando no se reconoce la necesidad de establecer dinámicas equitativas y libres de violencia.
- Disparidad económica y percepción de intercambiabilidad
En muchos casos, la única mujer no es considerada una integrante fija del grupo, sino más bien un elemento intercambiable. Esto se refleja en la disparidad económica, donde su remuneración es menor o irregular en comparación con sus compañeros. Esta falta de reconocimiento formal contribuye a que su posición sea precaria y se refuerce la idea de que puede ser reemplazada fácilmente.
- Desigualdad en la distribución de recursos y oportunidades
Es común que la única mujer del grupo tenga menor acceso a apoyos económicos, visibilidad en medios o redes sociales y oportunidades de desarrollo profesional, como workshops, mentorías o colaboraciones. Muchas veces estas oportunidades se reparten de manera informal o jerárquica, dejando fuera a quienes no tienen las mismas redes de confianza dentro del grupo.
- Falta de reconocimiento en procesos autorales
Las aportaciones de las mujeres en composición, arreglos o ideas visuales pueden quedar sin crédito o ser absorbidas por la figura predominante del líder o productor masculino. Esta invisibilización se traduce también en ausencia en registros legales, regalías o menciones públicas.
- Sobrecarga de trabajo emocional y de cuidados
En algunos casos, la única mujer del grupo asume tareas de contención emocional, organización, comunicación o resolución de conflictos, no porque se acuerde colectivamente, sino porque se espera que lo haga. Esta carga invisible contribuye al desgaste y refuerza roles de género tradicionales.
- Hipervigilancia y exigencia constante
A diferencia de sus compañeros, muchas mujeres sienten que deben “probar” constantemente su talento o legitimidad para estar ahí. Cualquier error técnico, vocal o interpretativo se magnifica, mientras que las fallas de los varones suelen ser toleradas con mayor flexibilidad.
¿Por qué no incluir los grupos mixtos como indicador en el Estudio de Brecha de Género?
El Estudio de Brecha de Género en Festivales Mexicanos busca analizar datos cuantificables sobre la participación de mujeres y disidencias en la industria musical. Sin embargo, la inclusión de grupos mixtos como indicador podría distorsionar la medición de la desigualdad al asumir que su existencia es sinónimo de equidad.
El problema radica en que no basta con la presencia de una mujer en una banda para considerar que hay una representación justa. Sería necesario evaluar las condiciones reales de su participación, un análisis que corresponde hacer a los propios músicos y no a un estudio que mide la brecha de género en términos estructurales.
Además, la presencia de mujeres en grupos mixtos muchas veces se traduce en otra forma de ocupación y control del espacio por parte de los hombres, donde la participación femenina no implica necesariamente un cambio real en las dinámicas de poder ni en las oportunidades. La mujer puede ser vista como un complemento o token, sin que se cuestionen las prácticas masculinas que mantienen la desigualdad.
Más que contabilizar grupos mixtos, la conversación debería centrarse en cómo transformar las dinámicas dentro de ellos. ¿Se está invisibilizando a esas integrantes sin proponer un análisis desde su perspectiva? ¿Están los hombres en estos proyectos dispuestos a cuestionar sus propias prácticas? ¿Escuchan y consideran las experiencias de sus compañeras? ¿Abren espacios reales para su desarrollo y crecimiento? La equidad en la música no se trata solo de cifras, sino de cambiar estructuras que marginan a las mujeres y disidencias.
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