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La desigualdad de género como eje estructural de la precariedad en la música mexicana



El Día de las Músicas y Músicos suele celebrarse desde la gratitud y la admiración hacia quienes sostienen, desde todos los frentes, la vida cultural del país. Pero este año, la fecha llega acompañada de una verdad incómoda: detrás del llamado “mejor momento” de la industria musical mexicana existe una realidad sostenida por la precarización, la desigualdad y el deterioro emocional de quienes la construyen.


La Encuesta Nacional de Salud Mental en la Industria Musical México 2025 realizada por múPSica, publicada el pasado fin de semana, revela un panorama que desmiente cualquier narrativa triunfalista. Lejos de la idea del crecimiento sostenido y la expansión digital, los datos muestran una estructura laboral frágil donde la informalidad, la autoexplotación y la falta de seguridad social son la norma. Y dentro de esta crisis generalizada, las mujeres y disidencias cargan con el peso más profundo de la precariedad: 75% trabaja sin contrato ni protección social, enfrentan mayores índices de violencia simbólica y sexual, y su salud mental se deteriora en contextos donde la discriminación y el control de su cuerpo siguen siendo moneda corriente.


Si la industria quiere sostener su fuerza creativa, debe empezar por reconocer la desigualdad que la atraviesa y transformar las estructuras que normalizan la violencia y la exclusión. Porque ningún “auge” vale más que la vida, la salud y la seguridad de quienes lo hacen posible.


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Una informalidad que se feminiza

El dato más contundente revela que el 68 % de quienes trabajan en música lo hacen como independientes o freelancers. Pero cuando el análisis se centra en mujeres y disidencias, la cifra se dispara al 75 % 


Precariedad estructural y facto…

Es decir: tres de cada cuatro mujeres no cuentan con contrato, seguridad social ni red institucional de protección.

Este nivel de informalidad supera incluso la Tasa de Informalidad Laboral nacional —55.3 % en mujeres—, lo que evidencia que la industria musical opera en un nivel de desprotección superior al promedio del país, especialmente para ellas. La precariedad no solo está normalizada: está distribuida de manera desigual.


Violencia simbólica y control del cuerpo

Los testimonios incluidos en el informe muestran que las mujeres que participan en la industria enfrentan un doble escrutinio: el profesional y el estético. La encuesta registra una alta incidencia de violencia de género, acoso sexual y discriminación hacia mujeres y disidencias, tanto en roles creativos como técnicos. No se trata de episodios aislados, sino de un patrón sostenido que limita su acceso a oportunidades y moldea su participación.


En varios casos, las mujeres señalan haber sido convocadas como figuras decorativas —“musas”, “aparadores”— mientras su profesionalización es puesta en duda o castigada con etiquetas como “intensa” o “difícil” cuando ejercen liderazgo o establecen límites. Esta forma de violencia simbólica también se manifiesta en la presión estética: se privilegia su presencia en escena o en cámaras bajo estándares misóginos que desembocan en trastornos alimentarios como anorexia o bulimia. El poder opera directamente sobre el cuerpo.


Ambientes hostiles en géneros específicos

El análisis por géneros musicales revela dinámicas culturales que amplifican el riesgo para mujeres:

  • Hip hop: descrito como un entorno “misógino y violento”.
  • Indie/Rock: señalado como un espacio elitista, con prácticas de discriminación racial, estética y de clase.
  • Regional Mexicano: asociado a consumo de alcohol y presiones por normalizar contenidos vinculados a la violencia.

Estas prácticas no solo generan barreras simbólicas, sino que impactan directamente la salud mental: ansiedad, depresión y burnout se presentan de manera más pronunciada en quienes enfrentan estos ambientes hostiles.


Violencia económica: el factor silencioso

La mayoría de las mujeres que participaron en el estudio reportan ingresos entre $1,000 y $5,000 MXN mensuales, cifras que quedan por debajo del salario promedio nacional para profesionistas. En sus palabras:

“No puedo pagarme un terapeuta, no puedo pagar una renta”.

La violencia económica se expresa también en la falta de pagos, remuneraciones injustas, y la obligación de realizar múltiples roles simultáneos —el conocido síndrome del todóloga— para compensar la falta de capital económico. Esta sobrecarga es una de las principales fuentes de agotamiento emocional.


Salud mental: una crisis de género

La encuesta revela que las mujeres y disidencias experimentan un deterioro mayor en salud mental. No solo por estrés laboral y económico, sino por las agresiones simbólicas, el hostigamiento y las dinámicas de poder. La violencia de género agrava síntomas como:

  1. ansiedad,
  2. depresión,
  3. insomnio,
  4. somatización (gastritis, migrañas, trastornos gastrointestinales),
  5. y en casos severos, ideación suicida.


El informe señala que estos padecimientos son respuestas esperables ante un entorno que combina inseguridad económica, sobrecarga laboral, y violencia cotidiana. No son fallas individuales; son consecuencias de un sistema que enferma.


Acceso a terapia: una brecha más

Aunque el 60 % quisiera atender su salud mental, solo entre el 25 % y el 34 % recibe terapia, principalmente por falta de recursos económicos y ausencia de seguridad social. Para las mujeres en condición freelance, el acceso a psicoterapia y psiquiatría especializadas es, prácticamente, un lujo.


Los datos muestran que la desigualdad de género no es una capa adicional de la precariedad: es su centro de gravedad. La industria musical mexicana funciona sobre una estructura que maximiza la informalidad, el abuso de poder y la violencia simbólica, afectando de manera desproporcionada a mujeres y disidencias.

Hablar de bienestar en la música sin mirar estas cifras es sostener la ficción del “momento dorado”. El diagnóstico es claro: no existe un futuro sostenible para la industria sin desmantelar las desigualdades de género que la sostienen.

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