No importa el género musical o el área que decidamos abordar, siempre aparecen frases diseñadas para que desistamos y dudemos de nuestro propio valor como sujetas de discurso e investigación. Si en la poesía se utilizó un “horriblemente asqueroso de malo” para justificar la exclusión, en la música, los defensores del canon me han repetido en diversas ocasiones lo que parece un manual de invisibilización. Lo resumo en la respuesta de un conocido crítico musical: “antes no escribía de ellas porque no tenían calidad”.
Entre quienes ahora validan en sus medios ("tengo bloques" me dijo un programador de una estación de radio que no puede integrar, "simpre incluyo una mujer" me comentó un locutor que tuvo poder durante años y nunca lo hizo antes, "no se trata de eso la lista" me dijo un periodista cuando me compartió su playlist del año y le dije que no había mujeres), y los que llaman “básicas” a las que tocan ciertos temas y cantantes (pero escuchan a la misma banda desde 1988 y no se han cambiado la camiseta desde entonces), a mí lo que me da alegría es el análisis, porque siempre ha sido mínimo. Leo con mucho interés sobre la pintura que acompaña el nuevo disco de Lily Allen y la exploración en la nueva canción de Rosalía.
Que siga, que se multiplique y que tenga como consecuencia una práctica normalizada, que nos lleve a múltiples disciplinas, una de mis favoritas es el cine, otra área donde nos repiten que no hay películas para incluirlas en un ciclo, así surgió Viva La Woman!, un ciclo itinerante que responde a los vacíos en la programación y a la insistencia de muchos de proyectar películas donde si o si hay una violación, porque no se pueden bajar de su gusto por la porno violencia.
Sí, puede que no sean mayoría en los créditos. Pero están. Están contando, componiendo, filmando, archivando desde la memoria y la resistencia. Basta rascar un poco para encontrar otra historia. Un ejemplo es Músicas, el más reciente corto de Lila Avilés —directora de La Camarista y Tótem—, que se estrenó este año en el MoMA y continúa proyectándose. Retrata a Leticia Gallardo Martínez y al ensamble Mujeres del Viento Florido, una banda de viento integrada por mujeres de más de diversas comunidades y pueblos originarios de Oaxaca. Es una historia que suena a raíces profundas, pero también a ruptura. A mujeres que hicieron del ritmo, territorio propio.
En esa misma línea, Tere Estrada trabaja desde 2020 en un documental ligado a su libro sobre rockeras mexicanas. Este año filmó el concierto Sirenas al Ataque en el Monumento a la Revolución. Una mirada desde el margen, con los pies en el pasado y el oído en la escena actual. Por nombrar otro, Existir. Resistir de Sara Escobar y Dayra Fyah, que sigue a Audry Funk: rapera, migrante, feminista. El corto fue seleccionado en el Hip-Hop Cinefest 2024, acompañó la celebración de 50 años de la cultura.
Porque también estamos presentes en la ficción, en This Is Not Berlin, Hari Sama reconstruye la contracultura de 1986 a través de bares como El 9 y Tutti Frutti, en una de las bandas ficticias aparece Rita Romero, desde el Manifiesto Dadá, Ximena Romo evoca a Rita Guerrero y nos devuelve el pulso de una época.
Este año también fue importante para otro documental, se ubicó en el top 5 de películas mexicanas más vistas en junio, Tutti Frutti. El templo del underground, de Laura Ponte y Alex Albert, que al narrar la historia de ese mítico espacio al norte del Distrito Federal llevó a Brisa Vázquez, una de sus fundadoras, a los recuerdos del sitio “chido y raro”, donde todo se hacía entre pocas personas: el sonido, la barra, la limpieza. Todo era autogestión.
Para terminar, les recomiendo seguir de cerca lo que se está desarrollando en otra área relacionada con el cine, en mayo se realizó en México un encuentro más o menos informal de Alliance for Women Film Composers, que realizó su primera reunión con compositoras de cine nacionales, pero seguramente escalará a algo importante.
No, no hablaré de todas. Pero no por falta de interés, quedan muchas por nombrar y se seguirá realizando, porque contar la historia también es decidir desde dónde se cuenta. Y cuando ellas la filman, la escriben o la cantan, la historia cambia, también las culturas que las rodean.


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