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| Fotografía: Karina Cabrera |
El sábado 27 de septiembre, el Sótano Stallworth en Aguascalientes fue sede de la charla “La música a través de las manos – inclusión de personas sordas en la experiencia musical”, presentada por Priscilla Santillán, creadora del proyecto El Universo en Tus Manos. La conversación abordó una idea que desplaza el sentido tradicional de escuchar: la música puede ser percibida desde el cuerpo, a través del movimiento, la vibración y la expresión visual que propone la lengua de señas mexicana (LSM).
La lengua de señas: una sintaxis del movimiento
Lejos de ser una traducción del español, la LSM tiene su propia estructura, gramática y carga cultural. Santillán subrayó que lo correcto es hablar de lengua de señas y no de lenguaje, pues se trata de una forma de comunicación que nace de la comunidad sorda y que organiza el pensamiento a través del espacio, el gesto y la mirada.
En la interpretación musical, esa tridimensionalidad se vuelve clave: las manos trazan ritmos, el rostro marca la intensidad y el cuerpo se vuelve escenario. La comunicación es visual, no auditiva, pero el sentido poético de la música se conserva —solo cambia el canal por donde viaja.
La intérprete como traductora escénica
Interpretar una canción en LSM implica estudiar la letra, el contexto y la intención del artista. “No hacemos mímica; interpretamos desde la emoción y el significado”, explicó Santillán. La intérprete se convierte en un mediador escénico que traduce ritmo y metáforas en una coreografía gestual precisa.
Esta práctica requiere preparación física y emocional: se ensayan los movimientos, se investigan las canciones y se acondiciona el cuerpo para sostener una interpretación que demanda energía y concentración. En esa dimensión, el intérprete no solo acompaña: forma parte del acto artístico.
Barreras estructurales y condiciones de trabajo
Aunque la presencia de intérpretes en conciertos es cada vez más frecuente, Santillán apuntó que las condiciones de trabajo siguen siendo precarias. A menudo no se entrega el setlist con anticipación, lo que obliga a improvisar; la iluminación prioriza al artista y deja a los intérpretes en penumbra; y su labor continúa sin reconocimiento profesional ni remuneración justa.
La falta de coordinación también afecta la experiencia del público sordo, que muchas veces desconoce si habrá intérprete disponible. Por eso, la inclusión no pasa solo por tener a alguien en escena, sino por involucrarle desde la planeación: conocer el repertorio, definir la ubicación y garantizar visibilidad.
Experiencias que transforman la percepción
Al compartir ejemplos de su trabajo, Santillán habló de cómo la cercanía física con los artistas cambia la relación con el público sordo. Cuando la intérprete está al alcance de la mirada y de la vibración, el intercambio es más directo: “Se trata de construir presencia, no de traducir desde la distancia”.
También mencionó el uso de tecnología —como los chalecos que transforman el sonido en vibraciones— como una herramienta complementaria, pero insuficiente por sí sola: “La vibración sin letra no cuenta una historia”.
La inclusión como práctica cultural
En México, la Ley General para la Inclusión de las Personas con Discapacidad reconoce la lengua de señas mexicana como una de las lenguas nacionales, lo que respalda su uso en espacios culturales. Sin embargo, el valor de la conversación radicó menos en la norma y más en la práctica cotidiana: en cómo la música puede repensarse desde la mirada, la corporalidad y la experiencia colectiva.
“La discapacidad no está en las personas, sino en las estructuras que excluyen”, señaló Santillán. Desde esa perspectiva, la música deja de ser solo una experiencia auditiva para volverse un espacio común, donde las manos, los gestos y el cuerpo son también instrumentos de interpretación.

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