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Rebel Girl: My Life as a Feminist Punk




Cada quien recuerda su encuentro con las riot grrrls, el mío llegó con el vídeo de "Bull in the Heather" de Sonic Youth, con la persona que intevenía el espacio bailando. Después se fue configurando a través de notas, artículos, documentales y libros. Aunque se ha hablado desde muchos lugares, tenía claro que había un entendimiento tardío de la ausencia.

Ya lo habíamos notado en los documentales Rebel Girl y Le Tigre, pero el libro de memorias de Kathleen Hanna, Rebel Girl: My Life as a Feminist Punk (Ecco, 2024), lleva esa reflexión más allá. No se trata sólo del boicot mediático que el movimiento riot grrrl emprendió contra los medios que tergiversaron sus prácticas, reduciendo su potencia política a una moda adolescente. Este libro revela algo más profundo: el thrashing y la violencia al interior del propio movimiento, la tensión entre la utopía feminista del “hazlo tú misma” y las fracturas inevitables de una revolución hecha a gritos y fotocopias.

La cantante de Bikini Kill —figura esencial en la historia del punk feminista— escribe desde la herida, desmontando el mito idealizado de Olympia en los noventa: ese supuesto paraíso creativo donde bastaban una engrapadora, un Sharpie y un manifiesto para cambiar el mundo. En la memoria de Hanna, esa ciudad fue también escenario de violencia y precariedad: un exnovio que convierte una exposición en venganza, la censura en la universidad, el acoso constante en los conciertos, las agresiones sexuales, los empleos precarios para poder seguir tocando, el mismo movimiento dándole la espalda o exigiéndole más de lo que debía. Pero también fue el lugar donde la rabia se transformó en arte y comunidad, donde escribir en un diario en un café podía derivar en una invitación a tocar, y donde la amistad con Tobi Vail y Kathi Wilcox se convirtió en el germen de Bikini Kill.

La fuerza de Rebel Girl está en su franqueza. Hanna no sólo revisa los abusos que sufrió ni la hostilidad del entorno, sino que también se analiza a sí misma y al movimiento que ayudó a fundar. Reconoce los límites del feminismo blanco en riot grrrl, los conflictos raciales y de clase que quedaron fuera de los fanzines, y la necesidad de seguir aprendiendo. Esa autocrítica —rara en las memorias de figuras icónicas— convierte el libro en un ejercicio de responsabilidad política más que en una pieza de nostalgia.


Entre los pasajes más duros —la enfermedad de Lyme, el silenciamiento, las pérdidas— aparecen también momentos luminosos: la base de un movimiento, la colaboración con Joan Jett, el amor con Adam Horovitz, la adopción de su hijo, la reunión de Bikini Kill como un acto de reparación, Julie Ruin y Le Tigre.

Rebel Girl no es sólo una autobiografía, sino una reescritura del mito riot grrrl desde el cuerpo, la vulnerabilidad y la memoria. Hanna escribe con una claridad brutal: “Las cosas de las que escribo no son historias, son mi sangre.” En cada página late la urgencia de no romantizar el pasado, sino comprender sus fracturas y aprendizajes.

En tiempos en que el movimiento se cita más como estética que como práctica política, Hanna devuelve su caos, su ternura y su potencia transformadora. Rebel Girl es una lección sobre cómo seguir gritando girls to the front cuando el mundo —incluso el propio movimiento— intenta empujarte hacia atrás.

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